La Casa Grande, así se titula
la exposición del antropólogo y fotógrafo Jorge Panchoaga. Él se encuentra al
fondo de la sala, conversa con algunos asistentes, «recibo muchas
felicitaciones» dirá después.
Son las 4:10 p.m. es hora de
comenzar la visita. Empecemos por el fondo. Mejor por el principio, e inicia.
Éste es el trabajo ganador del IX Premio Nacional Colombo-Suizo de Fotografía. «Como su nombre lo indica, es el noveno». Jorge es un hombre alto, de tez blanca,
cabello largo despeinado y una barba que hace juego. Su voz es pausada, parece
que siempre está reflexionando sobre algo. Sus ojos son oscuros, pero siempre
hay en un brillo en ellos. Al principio uno no nota aquel destello, pero cuando habla sobre su
trabajo, cuenta algunas anécdotas, y habla sobre sus sueños; entonces se hace
evidente.
Se propone hablar sobre la
primera foto de La Casa Grande, pero llegan más personas. La sala se llena en
un segundo. Estudiantes con cámaras ocupan gran parte del espacio, algunos
profesores y un par de niños. «Con el permiso de los que ya la escucharon,
volveré a dar la introducción».
20 imágenes conforman la
colección. Los campesinos indígenas del Cauca, representados a través de sus
casas, sus animales, sus rostros y sus montañas. «En realidad son más, pero
para inscribirte al premio debían ser veinte». Y todo inició por la pregunta «¿Cómo se cepillan los dientes éstas personas?, Supongo que lo hacen igual que
yo. Duermen en camas, sino en las mismas, unas muy parecidas. Y sueñan, pero
sueñan cosas diferentes». Jorge mira a su audiencia. Unos le devolvemos la
mirada, otros miran las fotografías. Frota sus manos contra los brazos.
Aparentemente acaba de dar una simple explicación, pero en realidad ha tratado
de resumir más de cuatro años de búsquedas personales, de recorridos por la
tierra caucana y de trabajos fotográficos, en un par de frases.
«La primera foto la tomé en
Calderas, eso queda en Tierradentro». Apreciamos una bella foto de una casa hecha
con guadúas, cobijada por la noche y que emana desde el centro una intensa luz
rojiza. El fogón. Desde la diminuta puerta se observa a una anciana cabizbaja,
cruzada de brazos, de perfil al camarógrafo. «En realidad fue muy chistoso, porque al lado de esa pequeña casa había
otra más grande, de ladrillo, donde estaba durmiendo el esposo de la señora.
Todo eso no era más que la cocina. Pero no hace mucho, esa casa era la casa y
todo giraba en torno al fogón».
Incluso el mismo Jorge ignoraba
lo importante que serían las fotografías de casas para su trabajo. «Me
encontraba haciendo otras series paralelas, pero descubrí que la casa era parte
fundamental de eso, porque la casa es todo». El lugar donde se reúnen las
familias, donde los abuelos cuentan a sus nietos sobre el maíz, las vacas, las
siembras. «Esa es su cotidianidad, y es en esa cotidianidad donde se encuentra
la verdadera resistencia».
Foto de La Casa Grande © Jorge Yamid Tobar Panchoaga |
«…Muestra el conflicto que
actualmente viven las familias campesinas e indígenas (…) que han decidido
permanecer en sus casas a pesar del conflicto en el municipio de Ambaló». Así
describe la exposición de Panchoaga la página web del Ministerio de Cultura. «Esa es una de las lecturas» dice él, «pero a mí no me interesa retratar el
conflicto y no lo hago. Mis búsquedas son sobre la unión, la identidad, el
territorio y la familia».
Pasamos al siguiente cuadro. Giramos
sobre los talones para encontrarnos con una fotografía sencilla en su
composición pero densa en su simbolismo. «Como pueden ver, es la barriga de una
mujer embarazada. Y estas líneas que la recorren, son las marcas del
territorio». La emoción de Jorge se intuye en su esfuerzo por representar con
las manos cada palabra que dice. Recorre suavemente la silueta de la mujer,
serpentea con los dedos en las líneas. «¿Si se entiende?», pregunta un tanto
ansioso. Y cómo no, si esa imagen pretende condensar toda una visión del mundo: «Ellos dicen algo así como que “por uno que muera luchando, nacerán miles”.
Porque para ellos es ser, no nacer. Es como la predestinación a hacer
parte de ese llamado ancestral. Siempre me impactó eso. Son como las cartas
echadas».
El recorrido sigue, no sin antes
sonreír al mencionar: «el viernes vino Johan, el niño que nació», señala la
foto, «vino a ver su exposición».
Todas las fotos que se pueden
apreciar en el pasillo fueron retratos con la misma técnica: «Desde que daba clases de fotografía en la Universidad Nacional, siempre
estuve fascinado por las cámaras oscuras. Las hicimos con algunos chicos en los
talleres, luego las llevamos por todo el Cauca y es un poco de ahí donde sale
esto».
El siguiente segmento se
encuentra escondido tras una pequeña abertura en la pared. No todos cabemos, no
todos entramos. Tres fotografías de rostros —Una mujer, un anciano, una niña—
se encuentran enmarcados entre un par de bombillos, la iluminación resalta a los personajes. «La
verdad es que no me interesaba ponerles nombres a los retratos. No tienen
nombre porque ellos son más que uno solo. Son una comunidad. No es Pepe, María,
Juanita… es un poco tú o yo, o el que se sienta identificado con la foto».
Casi en todos los retratos
aparecen las montañas representadas con curvas de nivel. Cruzan los rostros, se integran con ellos. «La
familia, la casa, la comunidad, son parte del territorio». Siempre hace
hincapié en ello. «Llegamos un día a mostrarles las cámaras oscuras a los
chicos. Nos reímos, jodimos la vida un rato, y yo les dije: “¡Hey! Voy a
tomarles una foto”. Y la idea un poco es esa: mostrar que el Cauca indígena es
una familia muy grande… y lo que yo estoy haciendo es irme a criar un poco con
ellos y aprender; compartir y hacer amigos. Y esas son mis motivaciones para
tomar fotos».
En el centro de la sala de
exposiciones hay fotos en cada pared. La Casa Grande te rodea hasta llevarte
a una vitrina con pequeñas muestras de impresión, libretas con notas y
borradores de lo que; en poco más de cuatro años, terminaría siendo aquella
muestra fotográfica. El ganador del IX Premio de Fotografía Colombo-Suizo nos
conduce a una esquina. Una fotografía llama la atención. En ella podemos ver un
pequeño cuarto: «una cama tendida con una cobija “3 tigres”, un clásico», Un
estante con algunos objetos personales y una tabla a modo de repisa, un poco
más arriba. En las paredes de fondo, que se intuyen blancas, aparece el borroso
reflejo invertido de una familia campesina.
«Tuvimos que esperar mucho para
esa foto, porque el papá se tenía que ir a ordeñar, la hermana mayor no salía,
se despertó el bebé… bueno, en fin». Jorge Panchoaga habla del poder de los
sueños. «Ellos, al igual que nosotros, sueñan. Sólo que no sueñan con un carro,
un penthouse en Miami o algunas de las cosas que nosotros
sí. Ellos también sueñan con un mejor futuro para sus hijos, que sus vacas den más
leche». La experiencia de vivir con las personas que fotografía le ha permitido
conocerlas, habla con propiedad porque lo sabe bien: «Tienen una vida tranquila
pero quieren una vida aún más tranquila… El problema es que por lo general
solemos darle más importancia a nuestros sueños que a los de ellos».
Foto de La Casa Grande © Jorge Yamid Tobar Panchoaga |
Nos movemos un poco. Frente a
nosotros tres fotografías: un niño, un cielo nocturno y un hombre de ojos
cerrados. «Cuando caminábamos una noche, me di cuenta que el cielo que ahí veía
no se veía en ninguna otra parte… Cada persona ve el cielo en el lugar que
nace. Entendí que el cielo es parte del territorio y que esa foto debía ser
parte de la serie». No es necesaria mayor explicación. En el reflejo del vidrio
que cubre la foto, puedo ver que no soy el único que sonríe. Todos conocemos
ese cielo. Para ninguno es el mismo, ni lo vemos con los mismos ojos, pero es
el cielo de nuestro hogar.
La pared más grande del recinto,
está decorada con un espiral gigante, bordeado con fechas históricas. Datos diversos: La fundación de Popayán en 1536, El nacimiento de Quintín Lame en 1880, la
fundación del CRIC (Consejo Regional Indígena del Cauca) en 1971; entre muchos otros. «La espiral del tiempo, que refleja los procesos
socio-históricos que tuvieron su mayor punto en alguna época. Está aquí para
recordarnos que el presente y el pasado son uno y que para encontrar respuestas
hay que mirar atrás». Camina hacia el otro lado del recinto, «La idea es darle
un contexto a la serie. Que no sean un montón de fotos porque sí. Pero no la
toquen, porque es tiza y se borra».
Jorge Panchoaga se detiene un
minuto para explicar la siguiente imagen. «Siempre quise tomar la foto de alguien
durmiendo, pero no así como está aquí». Rápidamente pasa por entre la multitud
y extrae de la vitrina una de las libretas de apuntes. «Esto lo puedo hacer yo
porque soy el autor. Pero no le digan a Lucho, el museógrafo, porque me
regaña». Pone las hojas a la vista de todos. Cuenta cómo su deseo de tomar
fotografías del territorio caucano, es mucho más antiguo que la convocatoria del
concurso. Comparte las pequeñas notas metafóricas que acompañan cada dibujo. «Ésta foto siempre la he querido hacer, espero algún día poder hacerla… así hay
muchas». Una pequeña anécdota de cómo la casualidad la llevo a tomar una de sus
fotos favoritas, aunque no fuese ni parecida a la que siempre imaginó en sus
anotaciones. Devuelve la libreta a la vitrina. Lucho no se enteró. Se ha
salvado.
«Ya casi acabamos», advierte con
tono amable. No sin antes preguntar de nuevo si alguien tiene dudas. «Yo trato
de responderlas todas, y si me corchan pues igual les digo». Se acerca a una
imagen de fondo azul, atravesada en el centro por una larga figura gris, que
bien podría ser una anguila. «Esto es un machete. Mírenlo, parece que le han
dado contra el mundo mil veces». Revela cómo en el libro que contiene la serie
de La Casa Grande —Parte del premio del concurso Colombo-Suizo—, una
metafórica transición entre páginas muestra al machete «cortando la noche. A la
vez que la noche muestra los sueños y el trabajo». Dice mientras abre la página
central y vemos como las fotografías se muestran en pliegues, complementándose
entre sí, como un mágico rompecabezas.
«Finalmente: la noche, mis
miedos». Se acerca a la última fotografía, en la que sólo se divisa un mar de
montañas negras y en medio, como barcaza perdida, una pequeña casa fuertemente iluminada. «Ésta foto representa lo que temo. Lo que es el Cauca para mí: un montón de
cosas que no puedo dominar… Le temo a lo que no conozco». Sabe que la
exposición puede tener distintas lecturas, y que aquello que ha fotografiado
las tiene también. «Lo que para mí es miedo, para ellos es cotidianidad. Dicen “¡Aquí me quedo!”, a pesar de todo. Esa es su resistencia. La mayor de todas y
no es con armas”.
Foto de La Casa Grande © Jorge Yamid Tobar Panchoaga |
«Me interesaba también mostrar
eso. La noche como cómplice, como complot e insurgencia. Porque fue así que
pudieron recuperar muchas de las tierras que les robaron los terratenientes en
la época de la colonia». Cada imagen es un relato, que a su vez hace parte de
una serie: La Casa Grande; que también es parte de un proyecto más grande. «Mis búsquedas me han llevado a esto. Mi abuelo se crió allá. Entonces siempre
me he preguntado ¿cómo hubiese conocido ese mundo?, ¿cómo hubiese vivido? Todas
esas preguntas me motivan. ¿Qué va a pasar cuando acabe todas las series?
Bueno, no sé… pero todo esto es el camino de retorno».
Un par de preguntas para finalizar.
Ambas muy técnicas. Respuestas concretas. «¿Alguna más?»… Silencio en la sala. «Bueno, pues muchas gracias». Jorge sonríe complacido mientras retumban los
aplausos. «La exposición ha sido muy bien acogida» responde cuando le preguntan
los reporteros del canal local. Reflexionando un poco: «Venir a ver La Casa
Grande no es un asunto de venir a conocer los indígenas de Ambaló… es un poco
conocernos a nosotros mismos».
Por: José Luis Morales Zúñiga
Por: José Luis Morales Zúñiga
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